http://pijamasurf.com/2012/07/somos-el-alimento-de-los-dioses/
¿Existen entidades más evolucionadas que se
alimentan de nosotros, de la misma forma que nosotros lo hacemos con los
animales y las plantas, sin que éstos tengan plena conciencia de
nuestra existencia? Tal vez sea este el gran misterio de la ciencia
esotérica humana y allende.
La revolución de los brujos es que se
rehúsan a honrar acuerdos en los que no participaron. Nadie me preguntó
si consentiría en ser devorado por seres de otro tipo de conciencia.
Mis padres sólo me trajeron a este mundo para ser comida, como ellos, y
ese es el fin de la historia.
Carlos Castaneda, El Lado Activo del Infinito
No puedo imaginar nada más aterrador que
ser el alimento de un depredador invisible. Que incluso en este preciso
momento, imposible de percibir para el estado actual de mi conciencia,
esté siendo devorado lentamente por una entidad evolutivamente más
elevada, que, de igual manera que nosotros nos alimentamos de seres que
concebimos como evolutivamente inferiores, encuentre en mí el alimento
necesario para sobrevivir y posiblemente seguir escalando en la pirámide
de la conciencia universal.
Pienso en aquellas películas de terror que uno ve para sentir una sensación muy particular, un rush existencial,
en las que generalmente había un asesino o entidad maligna que acechaba
a los protagonistas (de los cuales nosotros éramos sucedáneo). Este rol
antagónico era más efectivo, generaba más miedo, en la medida en la que
era más indefinido, más abstracto y metafísico. Es el horror cósmico de
Lovecraft o los poderes supernaturales de los personajes de Stephen
King. Pienso que tal vez este ascenso del terror en proporción a lo
incognoscible, al misterio de lo paranormal, tiene una profunda ancla
en la mente colectiva de la humanidad. Tal vez es un vestigio del
mirífico atisbo de los dioses y demonios que habitan el mundo –o al
menos habitan la psique que proyecta, sobre la cueva de lo real, una
historia del mundo.
Nos gusta pensar que en las dimensiones
superiores de la evolución – si es que no somos la cereza en el pastel ,
la obra maestra de la evolución (o de Dios)— el universo de alguna
manera se acomoda a una armonía en la que los seres conscientes conviven
pacíficamente, abriendo paso en la escala cósmica sin obstaculizar el
impulso ascendente de los que vienen abajo. Dice el investigador
esotérico Juán García Atienza:
La realidad para el
ser humano, está compuesta como una pirámide escalonada en la que
nosotros ocuparíamos la cúspide, abarcando todo cuanto sube hasta
nuestros pies y con el convencimiento de que, por encima nuestro, todo
el inmenso cielo pertenece a una sola divinidad protectora que nos
abarca y nos integra en su infinitud única e indivisible.
Ya sea que imaginemos que somos un
epifenómeno exclusivo de la evolución y que no existe vida o conciencia
por encima de nosotros en el desierto del espacio; que creamos que
arriba de nosotros solo existe más que la legión divina, el cielo en su
desnudez rutilante de fusión absoluta; o que pensemos que existen seres
más evolucionados –actualmente conjuramos extraterrestres en mundos
distantes—nos cuesta trabajo contemplar, con seriedad, la posibilidad de
que seamos el alimento, la energía, de una especie íntimamente ligada
con nuestra matriz de existencia, si bien imperceptible. Dejamos esto a
la especulación exorbitada de las conspiraciones y de los freaks
del new age, pero un análisis minucioso de nuestra experiencia, mirando
hacia abajo en la escala evolutiva, al menos hace plausible
teóricamente que existan entidades que no percibimos del todo y que se
alimentan de nosotros. De no haberlas, algo que también es posible,
sería, sin embargo, un caso completamente excepcional.
En
este punto quisiera detenerme brevemente para aclarar que mi intención
al explorar este tema no es crear una conciencia paranoica ni tampoco
revelar una epifanía metafísica. Sinceramente, en lo personal, no tengo
ningún tipo de evidencia de que existan estas hipotéticas entidades más
evolucionadas que, bajo la elemental lógica de la pirámide alimenticia,
podrían usarnos como comida. Mi inquietud nace solamente de una
perspectiva teórica, de que dentro de un esquema racional basado en la
observación y en la experiencia de lo que conocemos en este planeta es
enteramente plausible concebir la existencia de seres por encima de
nosotros en la escala evolutiva. Es posible que, de existir, estas
entidades hayan evolucionado a un punto en el que no sea necesario
alimentarse de aquellas entidades inmediatamente inferiores –de alguna
manera como algunos seres humano se rehúsan a alimentarse de los
animales. Podrían alimentarse de xenón, luz ultravioleta, imprimir sus
propios alimentos en 5D o algo equivalente a la nanotecnología, por todo
lo que sabemos. Pero también es muy posible que, entre la multiplicidad
de seres que podrían haber evolucionado en este planeta o en otros
proyectos de vida, existan aquellos para los que los seres humanos somos
apetecibles. Incluso podrían existir entidades para los que somos más
que una delicatessen en el menú cósmico, somos una indispensable fuente
de energía en su dieta, quizás como uno de esos pollos transgénicos de
granja, especialmente crecidos para alimentar a poblaciones enteras. Y
no necesariamente tendrían que alimentarse de nuestra carne, de la misma
forma que nosotros extraemos sustancias de algunas plantas o usamos
algunos minerales para alimentar nuestra tecnología, podrían sintetizar a
través de nosotros algún tipo de molécula, utilizarnos (como ocurre en
Matrix) como una batería o algo aún más arcano.
En una de las pocas entrevistas en las que quiso hablar acerca de la trama subyacente de su película 2001: Odisea en el Espacio, Stanley Kubrick dijo:
Tales inteligencias
cósmicas, evolucionando en conocimiento por eones, estarían tan
distantes del hombre como nosotros estamos de las hormigas. Podrían
estar en comunicación telepática instantánea a lo largo del universo,
podrían haber logrado la maestría total sobre la materia y de esta forma
se podrían transportar instantáneamente a través de billones de años
luz de espacio; en su última fase podrían abandonar la forma física y
existir como una consciencia incorpórea inmortal en todo el universo.
Ciertamente estas inteligencias, dioses
desde nuestra limitada conciencia, podrían haber trascendido la biología
y no necesitar de alimento como lo conocemos. Pero entonces podría ser
que se “alimenten” de una comida mental, de la adoración, de la energía
psíquica o de otras formas sutiles de energía que podrían encontrar en
nosotros. Y estas inteligencias cósmicas podrían estar en los lugares
que menos esperamos. En su ensayo
La Promesa de la Serpiente, Aeolus Kephas, advierte:
En un medio ambiente
predatorio, todo es alimento para alguien más, entonces, ¿por qué
asumir que esto no se aplica en el campo de la conciencia o a nuestra
interacción con esos “espíritus” que residen en los enteógenos que
consumimos, deseosos de ser poseídos por Dios?
Según Juán García Atienza, un hombre que
investigó a fondo temas de lo que llamó “la otra realidad” sin perder
del todo la cordura, en los niveles de evolución consciente, ya no se
trata solamente de “una dependencia irracional e instintiva” sino de la
captación de una esencia que una especie consigue mediando su
inteligencia y voluntad, para seguir subsistiendo y finalmente escalar
la pirámide evolutiva hacia “los niveles superiores de conciencia
universal”.
En
este plano escalar de la evolución cósmica no existen las categorías
morales del bien y el mal, existe un feroz intercambio de energía. En un
universo predatorio donde la energía parece ser lo que define si una
entidad puede continuar su existencia y posiblemente seguir ascendiendo
hacia un “extraño atractor” (el término usado por Terence Mckenna para
describir el magnetismo al final del tiempo que impulsa a la evolución)
no es de esperarse que abunde la condescendencia moral. Si es que
existen seres más evolucionados que nosotros que actúan de manera que
favorece nuestra propia evolución, cual ángeles, seguramente lo hacen
porque está conducta favorece su propia evolución al aumentar, bajo un
mecanismo de
feedback, su nivel energético.
Daniel Pinchbeck explica en su libro Breaking Open the Head las ideas del místico armenio George Gurdjieff:
Este proceso
transformador ocurre en etapas, en el tiempo. Creía que todo, incluyendo
los procesos psíquicos y los pensamientos, eran una forma material –y
todo lo material, era en cierta forma, sensible. “Todo a su manera es
inteligente y consciente”, dijo. “El grado de conciencia corresponde a
un grado de densidad o de velocidad de vibraciones. Entre más densa la
materia, menos consciente es”. En su perspectiva, el universo funcionaba
como un sistema de “mantenimiento recíproco”, donde cada nivel de
entidad se alimenta de las entidades inferiores. Los seres humanos, las
entidades orgánicas más conscientes de la Tierra, eran alimento de los
demiurgos por encima de ellos.
La misma idea en La Gran Manipulación Cósmica de Atienza:
Toda la realidad
cósmica es una constante acumulación de tensiones, de causas y efectos,
un toma y daca en el que cada entidad recibe su esencia de otra y cede
su energía para que, a su vez, sea utilizada por otra entidad más
evolucionada, la cual procura cuidar y conservar, por su parte, la
fuente de su propia supervivencia. Ese cuidado y esa conservación
suponen precisamente [una] manipulación.
La pregunta de por qué no percibimos, al
menos la mayoría de los humanos, a estas hipotéticas entidades podría
explicarse por esta manipulación. En muchos casos es importante para el
predador que la presa no sepa que está merodeando en el perímetro. O al
menos que no perciba que es una amenaza para que siga haciendo lo que
hace sin perturbarse. Un ejemplo de esta manipulación es imaginado por
Aeolus Kephas: estas inteligencias, sugiere, pueden llegar incluso a
utilizar a las plantas para coaccionar al ser humano:
Los
espíritus son inteligencias inorgánicas (que podrían incluir a lo que
llamamos las almas de los muertos). Siendo inorgánicos o muertos no
tienen acceso a la forma física sensible. Esta es un área en la cual no
estoy seguro al cien por ciento, ya que los espíritus inorgánicos
aparentemente pueden vivir en la materia orgánica, de la misma forma que
los seres elementales o las hadas, se dice, pueden vivir en las rocas y
en las plantas y demás. Puede ser que estos espíritus busquen
específicamente experimentar la existencia humana —y hacer que seres
humanos encarnados ingieran enteógenos sea una formar para lograr
esto. Cualquiera que sea el caso, aparentan desear no solo
congreso con sino
ingreso a (y
a través de) nuestra conciencia, lo cual consiguen no solo accediendo a
nuestras neuronas (al tiempo que son “secuestradas” por los químicos
psicoactivos) sino a toda la red a la que estas neuronas están
vinculadas.
Una de las más detalladas descripciones
de estos supuestas entidades que se alimentan del ser humano es la
desarrollada por Carlos Castaneda, en un principio crípticamente, bajo
el apelativo de los seres inorgánicos y luego, en El Lado Activo del Infinito,
más explícitamente con el nombre del “depredador” y “los voladores”
(que vinieron ”desde las profundidades del cosmos” a gobernar nuestras
vidas) . Algunos consideran que los libros de Castaneda son ficción o
que en muchos casos utiliza metáforas cuando muchas personas lo toman
literalmente. De cualquier forma es una referencia ineludible en este
tema. Castaneda pone en boca de Don Juán Matus:
Ellos son los que
establecieron nuestras esperanzas y expectativas y los sueños de éxito o
fracaso. Nos han dado la codicia, la avaricia y la cobardía. Es el
predador el que nos hace complacientes, rutinarios y ególatra […] los
depredadores nos dieron su mente, que se convirtió en nuestra mente.
Esta última frase tiene ecos de la
filosofía gnóstica, donde los seres inorgánicos, voladores o
depredadores, son llamados Arcontes (los señores planetarios), que según
textos cristianos como los del Nag Hammadi, son una especie de
tricksters que crean realidad simuladas, duplicados en los que el ser
humano cae ilusoriamente como un pez muerde la carnada de un anzuelo.
En The Three Stigmata of Palmer Eldritch, Phillip K. Dick da voz a un Arconte interplanetario que se infiltra en la mente individual y colectiva de la humanidad:
Lo que quiero decir
es que me convertiré en todas las personas del planeta…Seré todos los
colonos mientras arriban y empiezan a vivir aquí. Guiare su
civilización. Es más seré su civilización.
En reiteradas ocasiones, no sabemos si
de manera metafórica, Gurdjieff mencionó que los seres humanos eran
“comida de la Luna”, tal vez en una resonancia con el sistema gnóstico
en el que los Arcontes son vistos como rectores planetarios,
generalmente siete (los siete planetas).
El investigador francés Jacques Vallee, de forma similar, dice en su libro Messengers of Deception
que los extraterrestres (o cyborgs) provienen del sistema planetario
local y que “el fenómeno OVNI” es “un sistema de control espiritual” que
se comporta como “un proceso de condicionamiento” y que estas supuestas
entidades, más que utilizar máquinas (naves) estaría alterando nuestra
percepción o jugando con las leyes de la física que conocemos.
Esta aparente manipulación de la que
seríamos objeto, forjando un sistema de creencias propenso a mantenernos
como “carne de cañón”, podría explicar tal vez la función que ha
tenido la religión organizada en la histora del hombre. Pensadores como
Marx y Nietzsche advirtieron que la religión funcionaba como una
operación de manipulación psicológica destinada a despojar al hombre de
su poder personal, induciéndolo a un estado de sopor y sumisión. Pese a
esta remoción de la fuerza individual se generaba una adoración de las
entidades y mecanismos que propiciaban dicho despojo. Incluso, por mucho
tiempo, en numerosas culturas, se sacrificaban animales y seres humanos
para saciar el hambre de estas entidades superiores. Pero, de existir
estas entidades predatorias, ¿acaso no es justamente lo que les
convendría, que pensáramos en ellas como dioses? Y así nos estuviéramos
sin sobresaltos en el “humanero” y marcháramos sin resistencia al
matadero.
En la Biblia en diversas ocasiones se
hace referencia a la divinidad (padre o hijo) como el pastor, y al ser
humano como el rebaño o el ganado. Los dioses griegos también obtienen
el epíteto, en las épicas homéricas, de “pastores de hombres”. El pastor
puede desarrollar cierto afecto por sus ovejas, pero a fin de cuentas
lo que hace siempre es manipular a su ganado para obtener un alimento.
Esta es la esencia de un pastor y un rebaño.
Ahora bien si es que existen estas
entidades, más allá de que presentan un aspecto en primera instancia
terrorífico y en segunda, y más importante, representan un obstáculo
insoslayable para la continuidad evolutiva del ser humano y la libertad
del individuo, esto es de ninguna manera algo que deba tomarse a mal. En
cierta forma, en el divino misterio del universo, aquello que está por
encima de nosotros, ángel o vampiro, es lo que nos propulsa, nos jalonea
hacia arriba, nos motiva a superar el estadio actual de víctimas de la
realidad predatoria. Explica Castaneda en palabras de Don Juán:
Los voladores son
una parte esencial del universo… y deben ser tomados como lo que
realmente son – increíbles, monstruosos. Son el medio por el cual el
universo nos pone a prueba.
El maestro Gurdjieff hace la arenga:
Las posibilidades de evolucionar existen y se pueden desarrollar en individuos aislados…
Las fuerzas que se
oponen a la evolución de las grandes masas humanas también se oponen a
la evolución de cada hombre. Toca a cada uno chasquearlas.
En cierta forma, si existen, estas
entidades son como los guardianes del Castillo –o del Paraíso: tanto la
espada del arcángel como la promesa de la serpiente… Como aquel
irritante ujier que impide la entrada a la Ley (divina) a la
transpersonalización de Kafka en El Proceso, son terribles,
inmisericordes e insondables, pero también imprescindibles si queremos
acceder a esa realidad superior, a ese misterio que nos llama desde la
profundidad de nuestro espíritu, en la que se disuelve el universo y la
totalidad de la existencia. Están ahí, al final del nivel, y definen si
nos toca Game Over (y volver a empezar en la rueda de las vidas) o
alcanzamos el tálamo de la Princesa (el dote de Gaia-Sophia).